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Charlie Hebdo, cuando la libertad es amenazada

No recuerdo ya cuantas veces he rodeado la Plaza de la Bastilla, una plaza sin ningún interés dicen muchos; están en lo cierto, hoy en día no es más que una glorieta, un obelisco y mucho tráfico, mucho, mucho tráfico.

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Sin embargo, de vez en cuando se me da por detenerme a mirar el plano que hay en uno de los costados de la plaza, un plano que no dice mucho, pero que nos recuerda que allí se encontraba el símbolo del absolutismo, la prisión de la Bastilla. Luego se me da por caminar por la Rue du Faubourg Saint Antoine, la calle donde los artesanos de la París medieval levantaron las banderas de “libertad, igualdad y fraternidad” que cambiaron Francia y el mundo para siempre.

La pesadilla

Hace una semana, a tan solo unas cuadras de ahí, Francia sufrió el mayor atentado desde el final de la Segunda Guerra. Dos extremistas, los hermanos Kouachi, asesinaron a 12 personas, entre ellos varios caricaturistas de la revista semanal Charlie hebdo. Ese sería sólo el comienzo de tres días que mantuvieron en vilo a la ciudad.

La mañana siguiente cuando aún no alcanzábamos a comprender lo que pasaba, los medios informaban del asesinato de una policía, Clarissa, una joven practicante que acaba de pasar el concurso de ingreso y que veía segada su vida por otro joven, Amedy Coulibaly, que había enarbolado las banderas de la Yihab.

A las 12 del medio día, toda Francia realizó un minuto de silencio, había sido decretado un día de reflexión, pero cómo reflexionar, sobre qué, las noticias se sucedían una tras otras, las especulaciones también ¿Se trataban de hechos aislados (el ataque a Charlie Hebdo y el asesinato de la policía)? ¿Esto era obra de “locos” que actuaban impulsivamente?¿había terminado la pesadilla?

Lamentablemente no, el viernes, la tragedia continuaba, una toma de rehenes acaparaba todos los titulares, una imprenta se había convertido en la (última) trinchera de los hermanos Kouachi, horas más tarde la angustia sería doble, el tercer terrorista, Coulibaly, atacaba un supermercado Kosher, manteniendo como rehenes al menos una veintena de personas (finalmente cuatro de ellas murieron).

En la noche del sábado, la pesadilla había dejado un saldo de 20 personas muertas, entre ellas los tres terroristas.

La solidaridad

Esta pesadilla, despertó la solidaridad francesa, no importaba que muchos (entre los que me incluyo) no compartieran el humor punzante de Charlie Hebdo, un humor que si bien ha sido calificado de muchas maneras en los últimos días (irresponsable, inmaduro, libertario, racista etc) no se aleja del humor y del sarcasmo del día a  día de los franceses.

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Charlie Hebdo es el heredero de una manera de hacer humor y de expresar las ideas que se remonta a los albores de la revolución, cuando los caricaturistas atacaban a la autrichienne María Antonieta y a la corte de Versalles retratándola en orgías y cometiendo depravaciones.  En aquellos tiempos de origen de la idea de libertad de expresión, los hechos eran aún considerados delitos de lesa majestad, cuan estúpido nos parece ahora, si quiera, la idea de un delito así. Hace mucho hemos pasado esa página.

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Por eso más allá de nunca haber comprado Charlie Hebdo, el domingo a las dos de la tarde integré la Marcha Republicana, no solo para defender las “necedades” de Charlie, sino para dejar bien claro que hemos recorrido un camino muy largo para consolidar nuestro ideal de libertad, un ideal al que por más terror que nos quieran inculcar, no pensamos renunciar.

La reflexión

Sin embargo, la solidaridad no es suficiente, es necesario ahora reflexionar sobre lo sucedido, ahora que poco a poco las informaciones sobre los hechos se consolidan.

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Una juventud de ninguna parte

Ahora sabemos que los dos actos terroristas fueron cometidos por franceses, por una segunda y tercera generación que no ha podido encontrar su lugar, una generación que a veces se ve rechazada por sus dos culturas y que es particularmente vulnerable a la creciente incertitud que les rodea y a las voces de predicadores radicales que les prometen, al fin, ser parte de algo.

Particularmente diciente es la carta de Luc Besson, una mirada a esas banlieus (periferias de las grandes ciudades francesas), lugares de la desesperanza, donde gran parte de la fuerza creadora de la juventud francesa se desperdicia, una juventud a la que las oportunidades (de trabajo) le han sido cambiadas por limosnas sociales en formas de “subvenciones”, que algunos hipócritas venden como el pago por la “paz social”.

No se trata de atenuar la gravedad del delito cometido, pero sería injusto pensar que la radicalización de estos jóvenes no tiene nada que ver con el modelo de sociedad que se les ha ofrecido.

La hipocresía y la complicidad con los extremistas

Si hay algo que mostró la tête de la Marcha Republicana fue la hipocresía, el oportunismo y la complicidad.

Gobiernos  que dentro de sus fronteras no han escatimado esfuerzos para limitar la libertad de expresión decidieron tomarse la foto, hacer acto de presencia respaldando derechos que ellos no tienen ningún interés en proteger.

Gobiernos que no dudan en perseguir las opiniones diferentes (y que aplican penas tan arcaicas como los latigazos) o que peor aún, financian los extremistas que cometieron los actos por los que marchaban ¡Cuánta hipocresía! [Recomendado el artículo “Respetando a los caníbales” escrito por Ilya U. Topper)

Los valores de la República

Ahora llega el momento de las medidas ¿Qué hacer para que algo así no se vuelva a presentar? lamentablemente el río está revuelto y los oportunistas (muchos de ellos extremistas también), erigidos en defensores de la libertad, no dudarán en recortarnos derechos para , supuestamente, “defendernos”.

Como bien apunta Enrique Dans, las libertades son un camino sin retorno, se trata de seguir construyendo ese camino, sin miedo, como los muchos que llenamos el Boulevard Voltaire, las Plazas de la República y de la Nación y que nuevamente en la Bastilla dejamos claro que seguiremos luchando.